En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Oración para todos los días
A Vos, Dios mío, fuente de misericordia, me acerco yo, inmundo pecador, para que os dignéis lavar mis manchas. ¡Oh Sol de justicia, iluminad a este ciego! ¡Oh Médico eterno, sanad a este miserable! ¡Oh Rey de reyes, vestid a este desnudo! ¡Oh mediador entre Dios y los hombres, reconciliad a este reo! ¡Oh buen Pastor, acoged a esta oveja descarriada! Otorgad, Dios mío, perdón a este criminal, indulgencia a este impío y la unción de vuestra gracia a esta endurecida voluntad. ¡Oh clementísimo Señor!, llamad a vuestro seno a este fugitivo, atraed a este resistente, levantad al que está caído y una vez levantado sostenedle y guiad sus pasos. No olvidéis, Señor, a quien os ha olvidado, no abandonéis a quien os abandonó, no desechéis a quien os desechó y perdonad en el cielo a quien os ofendió en la tierra. Amén.
Oración a la Santísima Virgen
¡Oh bienaventurada y dulcísima Virgen María, océano de bondad, Hija del Rey soberano, Reina delos ángeles y Madre del Común Criador! Yo me arrojo confiado en el seno de vuestra misericordia y ternura, encomendándoos mi cuerpo, mi alma, mis pensamientos, mis deseos, mis afectos y mi vida entera, para que por vuestro auxilio camine yo siempre hacia el bien según la voluntad de vuestro amado Hijo, N.S. Jesucristo. Amén.
Sexto Dia: Excelencia de la Sabiduría
Siendo este don del Espíritu Santo una virtud tan hermosa y excelente, no puede hallarse, como se ha dicho en el día anterior, con la mancha y el defecto de la culpa: mas donde la gracia tiene su asiento, allí vive la sabiduría, ya que Dios no ama sino a los que se hallan adornados con la sabiduría, y el amor de Dios supone al alma en gracia y causa, mejor dicho, esa misma gracia y amistad divina. Se ha dicho, además, que la sabiduría implica un recto juicio acerca de los misterios divinos y delas demás verdades sometidas a la primera Causa; y claro es que para este conocimiento y esta aplicación de las cosas a Dios, es necesaria la gracia según lo afirma San Juan diciendo: La Unción, o sea la gracia, os enseñará todas las cosas. A veces la sabiduría se extiende, no ya sólo al orden particular del individuo y de sus operaciones a Dios, sino que llega en su influencia a conquistar las almas del prójimo para el cielo y en este sentido, también la sabiduría supone la gracia y es un don singularísimo de Dios. De esta sabiduría hermosísima residiendo en el corazón, síguese en el alma una paz abundosa que, como dice San Agustín, modera toda rebelión de los apetitos y somete las pasiones al imperio de la inteligencia. Y precisamente en ese orden de todos los actos del individuo, consiste la sabiduría y de ese orden se sigue la paz que no es más que la tranquilidad del orden, como dice el mismo San Agustín. El premio de esa paz, es el título de hijos de Dios con que se honra a los verdaderamente pacíficos, y como esta participación de hijos de Dios la reciben los justos del Verbo que es la Sabiduría del Padre, despréndese que mediante el don de la sabiduría llega el hombre a merecer el glorioso dictado de hijo de Dios ¡Tan grande y excelente es su mérito! Junto con la sabiduría ya ayudándola a sublimar al alma, está el temor de Dios que, removiéndolos obstáculos en el cumplimiento de la ley, es el principio de la sabiduría, la paz que con la posesión de Dios como causa altísima de toda verdad, es el fin y el descanso de la sabiduría, la modestia que apartando al alma de la corrupción, la hace amable en la sociedad, el consejo para que el verdadero sabio, no fiándose de sus propias luces, acuda a los demás siguiendo sus indicaciones prudentes, la misericordia para que viendo los defectos del prójimo, los socorra con dulzura, y, por fin, la caridad, para que al juzgar de las acciones de los otros, no se deje guiar por el odio y la maledicencia. De este modo en el recto juicio de la sabiduría influyen en las demás virtudes contribuyendo a dar mayor realce y brillo a ese don milagroso admirable.
EJEMPLO
Pocas veces habrá brillado la sabiduría tan pura y radiosa como en la frente de Santo Tomás. Y no paraba solamente en luz que enamoraba con sus rayos a cuantos le veían, sino que trocada en fuego de caridad atraía para Dios a los que de cerca se ilustraban con los esplendores de aquel Sol. Nadie habló a Santo Tomás que no quedase dulcemente ligado con cadenas de amor divino, nadie le vio que no bendijese al cielo, nadie le oyó en sus luminosas explicaciones de Maestro que no creyese ver al dedo de Dios encendiendo en su inteligencia la hermosa llama del genio. Con la sabiduría salomónica del Santo Doctor, concurrieron en maravillosa exposición todas las demás virtudes haciéndole escrupuloso observante de la ley de Dios y de los consejos evangélicos expresados en las Constituciones de su Orden, modesto y recatado levantándose su alma sobre todas las cosas terrenas y abismándose repetidas veces en éxtasis de caridad inefable, amigo del consejo y del parecer ajeno sin fiarse nunca de sus portentosos talentos sino sujetándose de continuo al parecer de los demás sobre todo de los superiores convencido de que como vulgarmente se dice más ven cuatro ojos que dos, misericordioso y compasivo con las desgracias del prójimo ejercitándose en estas obras de compasión desde la aurora de su inocente vida, y lleno de caridad para con Dios a quien amaba como al centro único de su alma y cuya gloria buscaba en todos sus trabajos y en las hazañosas obras con que asombró a la historia. Si nosotros fuésemos sabios al estilo de Santo Tomás, también descendería sobre nuestras almas el espíritu de Dios y de su sabiduría, sino en tanta copia y abundancia como en el Ángel de las Escuelas, sí lo bastante para que nuestro progreso se encaminase hacia el cielo y para que nuestras obras tuviesen algo más de patrióticas y de cultas que lo que hoy ofrecen a diario no pareciendo a veces sino que la sangre de alguna tribu salvaje corre por nuestras venas a inspira a nuestros sentimientos.
(Ahora pídase la gracia especial que se quiera conseguir y luego rézense tres Padrenuestros y Avemarías con su Gloria Patri en reverencia de la humildad, sabiduría y pureza angelical de Santo Tomás de Aquino).
Antífona
¡Oh Santo Tomás, gloria y honor de la Orden de Predicadores! Transpórtanos a la contemplación de las cosas celestiales, tú que fuisteis maestro soberano de los sagrados misterios.
V. Ruega por nosotros, Santo Tomás.
R. Para que nos hagamos dignos de las promesas de Jesucristo.
Oración final
Gracias, os doy, Señor Dios mío, y Padre de misericordias, porque os habéis dignado admitirme, a mí pobre pecador e indigno siervo vuestro, a la participación gratuita de vuestra gracia en el secreto de la oración. Yo os ruego que esta comunicación de mi alma con Vos no sea castigo de mis culpas, sino prenda segura del perdón de mis ofensas, armadura finísima de la fe y escudo invulnerable de mi corazón. Concededme la remisión de mis faltas, el exterminio de la concupiscencia y de la sensualidad, el aumento de la caridad, de la humildad, de la paciencia, de la obediencia y de todas las virtudes; defendedme de las asechanzas visibles e invisibles de los enemigos; dadme el sosiego inefable de mis apetitos y de todos mis afectos para que así pueda unirme mejor a Vos que sois mi felicidad y descanso. Suplico también. Dios mío, que después de mi muerte, os dignéis admitirme a la Pascua celestial y al convite divino donde Vos en unión del Hijo y del Espíritu Santo, sois luz verdadera, abundancia perfecta, gozo sempiterno, alegría consumada y felicidad sin medida. Amén.